Para el subdirector de la cárcel de Maroua yo fui invisible: en todo momento se dirigió a Ana y sólo ella estuvo presente a sus ojos. No fui digno de recibir ni una sola de sus miradas. Su atención, si me la hubiese prestado, creo que hubiese aliviado mi incomodidad, de la que hablé en esa entrada.
Esta invisibilidad, sin embargo, me valió para comprender la que había sufrido Ana a manos de los curas nativos. Contabilizó hasta cuatro. El cura aquel que cenó con nosotros cuando nos acompañaba el seminarista cuellicorto, Raisón, que estuvo presente en la fiesta en honor a Tuka, el filósofo de Dubangar, y el riente panzón de Mengerla. ¿Por qué alguno de ellos se interesó por mí trabajo y no hizo lo propio con Ana estando como estaba allí mismo? ¿Por qué no la miraban? ¿Cuál era la razón? ¿La podría explicar Raison, en honor a su nombre? A éste lo disculpó Marie Pierre, una vez que la pusimos al corriente del asunto, apelando a su timidez. De los otros dijo que eran unos inmaduros. ¿Pero con respecto a qué? ¿A la mujer, tentadora, y más tentadora si es blanca, de la que hay por tanto que apartar la mirada? ¿O no van por aquí los tiros? ¿Por qué los dos seminaristas que conocimos, el mentado cuellicorto, y Paul, presente también en la fiesta de Tuka, no actuaron así sino con toda normalidad? ¿Empezarán a ser como los mentados curas en cuanto se vistan la sotana? Preguntas, hipótesis y ninguna respuesta clara. Tampoco Emilio supo aclararnos nada a este respecto.
1 comentario:
Usoko. Un beso.
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