Tras la estancia con Rodia acudimos a un velatorio. Emilio fue por la moto para acercarla a la casa de Matacón, el muerto. Lo había visitado hacía pocos días en el hospital; no podía orinar. Nosotros, tras los pasos de Abu David, el catequista, llegamos antes. Nos acomodaron a unos metros de la casa, en un banco situado en el camino por el que se accedía a ella, entre plantas de mijo. Aquí se daba una situación rara, que ya existía cuando llegó Emilio a Maroua hace seis años y cuyos detalles nunca llegó a desentrañar del todo. El finado tenía dos mujeres, católicas. ¿Cómo era posible? Se acercaron las dos a nosotros, primero la mayor, después la más joven, y se presentaron; hicieron lo propio las hijas, que calculamos serían de la viuda de más edad. Todas se mostraban pesarosas. La gente venía a dar el pésame y acompañar a la familia. Dado el lugar donde nos habían sentado éramos los primeros en ser saludados. Nos sentíamos unos usurpadores, representantes de nadie, sólo amigos de Emilio, que todavía no había llegado. Los que decidían quedarse un rato se sentaban donde podían. El grupo más grande estaba bajo una techumbre plana de paja, sentados sobre esterillas, al lado de la casa. Allí estaban las hijas y de allí surgió un llanto. Las madres, casi frente a nosotros, un poco hacia la izquierda. Emilio no tardó en llegar. Ana escribía sus notas y yo, faltando al respeto, saqué dos fotos. No las pongo aquí para no ser irrespetuoso por segunda vez. Una de las esposas le pidió a Emilio que encabezase una oración. Así se hizo.
El funeral tendría lugar unos meses más tarde. Es la costumbre. Mientras tanto el cadáver esperaría en la morgue, la “nevera”, como la llaman allí.
2 comentarios:
Las hijas eran de la edad de la viuda más joven, que era la segunda mujer, ¿no?.
Sí, es cierto; fue lo que tú calculaste. Adjudicadas quedan pues a la más joven.
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