Las moscas se posan en las caras de los niños más pequeños para alimentarse de sus mocos y sus legañas, “viejas moscas voraces”, “viejas moscas pertinaces”, que cantó Antonio Machado. En ellos, que no las espantan, hayan asiento seguro, miserables sanguijuelas que uno quisiera muy lejos, en pudrideros y porquerizas, fuera para siempre de sus rostros.
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