Rodia tenía un hijo de 28 años en la cárcel, en prisión preventiva, porque había prendido fuego a una vivienda. Su marido llegaba bebido a casa. Su padre estaba bastante enfermo. Tenía hijos que alimentar. Quizá por todo esto, a Rodia se le había ido un poco la cabeza. Acompañados por el catequista Abu David, fuimos a visitarla. Después de subir por caminos estrechos y algo embarrados, sorteados por huertas de maíz y casas de adobe, llegamos a su casa. Los que en un principio pensé que eran familiares resultaron ser vecinos que se habían acercado para participar en la oración que habría de tener lugar más tarde. Pero antes, Rodia y Emilio se retiraron a un cobertizo; ella quería confesarse. Todos estaban sentados en esterillas excepto Ana, una vecina y yo, que lo estábamos sobre unas piedras de lo que podría ser un pequeño muro. Esta vecina hablaba francés y Ana intercambió unas palabras con ella. Era mayor y muy agradable. El dedo índice de una de sus manos estaba amojamado en su parte superior, como si le hubieran sustraído toda la humedad. Había también una gallina con tres polluelos y un perro al que llamaban Partout, porque andaba por todas partes. Tras la tela que cubría la puerta se veía una cabra, o tal vez fuera una oveja.
Rodia y Emilio regresaron y se incorporaron al grupo. Tuvo lugar entonces la oración, que incluyó rezos, una lectura del evangelio y unas preces. Los vecinos se fueron una vez que terminó este breve acto litúrgico. Nosotros estuvimos un rato más, el que necesitó Emilio para continuar su charla con Rodia. Finalmente marchamos también nosotros. A su hija pequeña la seguían comiendo las moscas.
2 comentarios:
El relato es estremecedor, y el final la viva imagen de la resignación.
Como las fotos: la resignación y el amparo, de unos a otros y de Dios sobre todos.
Es como estar allí. Muchas gracias.
"Es como estar allí"
Es lo mejor que podías haber dicho.
Muchas gracias, Cristina.
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