martes, 13 de septiembre de 2011

Camerún 14: Felicité


De entrada Felicité rompía una regla: iba de sport, algo inconcebible después de haber visto las galas y ropajes de la mayoría de las mujeres que vimos en Yaundé, con una camiseta roja y un pantalón vaquero, una curranta que se habría de revelar rápida, eficaz, resolutiva, una especie de hormiga atómica.
Llegamos a Ngaoundéré a los once de la mañana del 27 de julio, después de haber salido de Yaundé a las seis de la tarde del día anterior. Fue aquí donde Felicité se convirtió en nuestro ángel custodio, guiándonos a través de la turba multa para gestionar nuestro transbordo, que también era el suyo, pues se dirigía como nosotros a Maroua. Lo que habíamos comprado en el tren no eran los tickets del autobús, como habíamos creído, sino su reserva, y a por ellos fuimos. Había llovido y el suelo estaba embarrado, lleno de charcos. Los evitamos como pudimos, levantando nuestras bolsas, abriéndonos paso entre la multitud sin perder el rastro de Felicité, que se volvía de cuando en cuando para cerciorarse de que la seguíamos. Es obvio que conocía a uno de los empleados porque, sin hacer cola, entró en una de las taquillas para entregar nuestras reservas. Después, un hombre encaramado en una mesa pregonaba los nombres de los dueños los billetes, que se acercaban a recogerlos. La gracia estaba en que no había uno sino dos, situados a cierta distancia el uno del otro: ¿cuál de ellos gritaría nuestros nombres? Felicité, oído avizor, oyó como los pregonaba el del grupo en el que no estábamos. A por ellos fuimos, siempre a la carga a cargo de nuestro sherpa, con la que acometimos el asalto final: dejar nuestras maletas en manos del encargado para que éste las introdujese en el maletero. Cuando subí al autobús, exangüe, me desplomé en el asiento en el que iba ir encogido entre Ana y Felicité. Tan a gusto me hubiese muerto allí mismo.
Las infernales siete horas que duró el viaje tocaron a su fin en Maroua sin haber puesto fin a mis días. ¡Qué felices besos de despedida planté en las mejillas de nuestra hermosa Felicité!

4 comentarios:

Ana dijo...

Seguro que ahora mismo está corrriendo de un sitio para otro, haciendo cosas... ¡y comiendo!, que hasta a la bondad hay que alimentarla...

Jesús dijo...

Seguro que está salvando a algún otro blanco o blanca...

Ana dijo...

¡A un nassara!, que tiene Vd que practicar el fulfuldé.

Jesús dijo...

¡Uy!, perdón.