Comparar estados de vida y comparar amores es completamente ridículo. Allí donde se ama se ama y ya está, bien está. Digo esto porque pienso ahora en la situación de un matrimonio en la que el marido, desde hace muchos años, cumple con el corazón lleno aquello de “y en la enfermedad”, que a veces no es chiquita sino grande y muy complicada, y que puede durar toda la vida. Algunos entenderíamos que hubiese arrojado la toalla hace ya tiempo. Pero no la ha tirado. Este amor ¿no es tan admirable como el del asceta de vida contemplativa, o el del que decide vivir con los desheredados de la tierra? La entrega de un hombre a una mujer, de una mujer a un hombre, me parece un acto de desposesión tal que a veces pienso que en ninguna otra situación se ve uno tan exigido a plantarle cara al egoísmo, por lo menos en aquellos casos en los que, ya sea por la condición personal de los contrayentes ya por la magnitud de las contrariedades, la capacidad de seguir amando es puesta mucho más a prueba que en otros más ayudados por circunstancias más fáciles. Un marido, una esposa, unos hijos, pueden ser verdaderas cruces de las que uno no huye porque el amor ha llegado a ser fuerte y decidido.
2 comentarios:
Eso es así, Suso. Yo, que estoy soltero y veo el partido desde fuera, compruebo lo evidente: mucha gente, incluso mucha buena gente de Misa, va al matrimonio no a hacer nuestro proyecto, y mucho menos tu proyecto, sino mi proyecto. En cuanto las cosas van mal o no todo lo bien que uno esperaba el tinglado se viene abajo, claro.
Completamente de acuerdo contigo, Fernando. Se plantea una relación de poder y no de amor. También yo, como soltero, veo las cosas desde la barrera.
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