Su rotundo ser emergía, en medio de la podredumbre y de la muerte, como faro salvador. No necesitaba pronunciar ninguna palabra. Le bastaba estar para que de su carne brotase siempre un sí, una afirmación que hacía imposible cualquier mal. En torno suyo se volvía el miedo el colmo de la insensatez y la confianza más fácil que respirar. Grandes espacios se abrían donde quiera que estuviese, y a ellos acudían los necesitados de bendición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario