Esos ojos nuestros, ¡ay!, siempre entornados, incluso cuando extravertidos miran golosos los afueras, por su incesante cavilación, por su no poder abandonarse y levantar anclas de su ser interior para echarlas del todo en el mundo. Pero, ¿ha de esperarse otra cosa de los ojos de un hombre, que no es ni está sino desde sus adentros, desde sus mismidades, desde sus entrañas, hombre sólo en tanto que hombre interior, hombre entornado, hombre para sí y sólo por eso hombre en si?
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