Primero dice Jesús que más fácil le será a un camello pasar por el ojo de una aguja que a los ricos, a los que ponen su confianza en el dinero, entrar en el reino de Dios. Aquí se nos pone un nudo en la garganta a todos y quedamos sin aliento, suspendidos en el aire. Los que lo escuchaban le preguntaron: “Pero entonces, ¿quién podrá salvarse?” “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”, les contesta Jesús. ¡Uff, menos mal! Se deshace el nudo de la garganta, recuperamos el aliento y tocamos, ya seguros, tierra.
Lo anterior es la más que probable secuencia del ánimo de los que, a lo largo de los siglos y de los lugares, escucharon este pasaje del evangelio. Pero, ¿qué le es posible a Dios en este caso? ¿Hacer que el camello pase por el ojo de la aguja, es decir, que los ricos, los que ponen la confianza en el dinero, entren en el reino de Dios? Como tales ricos, como tales confiados en el dinero no entrarán en el reino de los cielos. Esto Dios no lo puede porque no lo quiere. Se negaría a sí mismo. Nadie entra con su pecado, su peso y su pesadumbre, en el cielo. ¿Qué puede entonces Dios? Que el rico se desprenda de su dinero, que no deposite su confianza en él, es decir, perseguir y conseguir su conversión. Conseguir, en suma, que el camello se convierta a camellito porque “es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran” (Mateo 7, 14), tan angosta la primera y tan estrecho el segundo como el ojo de una aguja. En tanto Dios todopoderoso no consiga angostarnos y estrecharnos para que quepamos por ese ojo, es conveniente pues, en cierta medida, temer y temblar por causa de nuestra salvación.
2 comentarios:
Qué acertada reflexión, Suso. La tendré en cuenta.
Muchas gracias, Inmaculada.
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