Llamo “ritornelos” a los textos que acuden a mi cabeza con
frecuencia, muchas veces sin motivo y otras veces con él; podría llamarlos
también mis “citas del alma”, si atiendo a la fuerza con la quedaron inseridos
en mí. Una cosa los caracteriza: pertenecen todos a una etapa de mi vida
lectora, pasada la cual ya ningún otro se incorporó a este bagaje. Aunque no
sabría precisar cuándo tuvo lugar ese final de etapa, si puedo decir que fue
hace ya bastantes años, más de diez por lo menos. Me pregunto por qué desde
entonces no se sumó ningún texto nuevo. ¿Habré quedado surtido con todos los
que necesito sin que quepa ninguno más? ¿Son ya suficiente alimento “En la vida
el matiz lo es todo” (Azorín), “No podíamos estar siempre en un ser” (Santa
Teresa de Jesús), “Y estás sintiendo como / la mayor injustica de la vida / es
el dolor del cuerpo, el del espíritu / se templa con espíritu” (Claudio
Rodríguez), “En cada cosa humilde hay un ángel” (G. Bernanos), “Todo el que
duerme cree en Dios” (Chesterton), “El sueño es quizá mi creación más bella”
(Péguy), “Nadie sabe vivir” (Luis Rosales), “De transcurrir no cesan los
minutos, / Y el tiempo –que en el alma se acumula-” (Jorge Guillén), y unos
cuantos más? Tal vez sí; tal vez en un momento dado, lejano ya en el tiempo, no
tuve necesidad de más pan para el camino de cada día.
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