Es cada vez más raro, cuando acudes a dar el pésame a una
familia por la muerte de un ser querido, encontrar a éste al descubierto. La
tapa del féretro lo oculta, y de continuar así las cosas, será cada vez más
difícil moverla: acabaremos cerrándola con un candado. Tapamos al muerto y así
lo callamos: no verlo significa no escucharlo. El muerto pronuncia una última
palabra a la que nos hemos vuelto sordos.
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