Una primera caricia, un poco de alimento que alguien del
instituto le dio, hizo que Laura, como finalmente la bautizaron los alumnos, se
quedase en el entorno del centro. No sé si otro alguien o el mismo, en el
porche de la entrada, le puso un cuenco con pienso y otro con agua. El asunto
mereció media página de un periódico local. Pero se pensó con buen criterio que
era mejor que alguien la adoptase. Y así fue. A M., una chica con trastorno bipolar
cuyo rostro refleja los años tristes de su vida, se le había muerto su perro.
La perrita encontró a su ama y la prensa local dio cuenta de la historia de
Laura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario