Durante el fin de semana pasado quedó a mi cargo Nuca, la perra
de mis sobrinas Sabela y Martina. Me resultó incómodo sentirla casi en todo momento
pendiente de mí. Si me movía ella me seguía; si me paraba, se paraba. Sus ojos,
fijos siempre en mí, me observaban con expectación cachorra e inocente, a la
espera de que yo iniciase algo: ¿un juego, una sesión de caricias? De cuando en
cuando se iba a dar un pequeño garbeo por ahí pero enseguida volvía; otros
ratos los pasaba echada en el suelo. Yo no dejaba de ser su centro, el centro
de un pequeño ser, tierno y juguetón, y no me resultó agradable.
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