El gracioso y clásico espantapájaros era sobre todo eso, gracioso, y en cambio poco espantador. Los pájaros, qué pillos, acabaron adivinando que no era tan fiero el lobo, más bien todo lo contrario, y allá que se iban a posarse mansamente sobre su supuesto enemigo.
Lo que hace mi hermano Luis para salvar las lechugas y las coles de los picotazos aviesos es más eficaz: clava unas cuantas cañas y les enarbola unas cintas plateadas por un lado y doradas por el otro, que centellean con fuerza si el sol no está cubierto, balas de luz que mantienen a raya a las aves rondadoras.
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