Por mucho que nos cueste mentir hay situaciones que no se
salvan sin una mentirijilla o una mentira piadosa. Que se lo digan a mi madre,
profesional de la verdad. Hace unos días tuvo una visita mañanera que debiera
haber sido breve. Pasó una hora, mi madre tenía cosas que hacer, y el visitante
no parecía dar trazas de querer marchar. “Mira, tengo que salir a coger unos
pimientos”, le dijo para deshacerse de él. “No era verdad”, me contó. Creo que
se necesitarían los dedos de pocas manos para contar todas las veces que, a lo
largo de su vida, mi madre no tuvo más remedio que mentir, y casi todas, a buen
seguro, tan leves como la que aquí se cuenta.
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