Un viejo
problema teológico planteaba la contradicción entre la presciencia de Dios y la
libertad del hombre: si el primero sabe lo que va a hacer el segundo, ¿cómo
podrá este ser libre? Es decir, el hombre sólo sería verdaderamente libre si
Dios ignorase sus derroteros futuros. Para mí desapareció el problema cuando,
discurriendo von Balthasar sobre otras cuestiones, leí en alguna de sus páginas
que siendo Dios el fundamento y origen absolutos de la libertad del hombre,
todos sus posibles caminos ya estarían contenidos en él. Ajá, así se disuelve
el problema, me dije. Dios sería presciente en este sentido no tanto por
omnisciente -saberlo todo- cuanto por omni-libre –ser la condición de posibilidad
de todos los actos libres y en este sentido contenerlos en sí mismo-. ¿Cómo no
ha de conocer la libertad infinita lo que hará la libertad finita, pues sólo
ella es su fuente a toda hora?
Digámoslo de un modo más sencillo. ¿Cuántas veces decimos de alguien:
“ya verás cómo no me equivoco: actuará así”? Conocer a una persona es en alguna
medida “preverlo”, “saber lo que hará”. ¿Significa esto que su acción será
menos libre? En absoluto. Pues si, en ocasiones, podemos prever lo que libremente
hará alguien conocido por nosotros, ¿cómo podría quedar contradicha nuestra
libertad por la pre-visión de Dios, toda vez que él nos conoce absolutamente?
No hay comentarios:
Publicar un comentario