Decía Cabodevilla que el de la impenitencia es un misterio especialmente
punzante. Nos consolamos pensando que al criminal su delito le atormenta a toda
hora, impidiéndole dormir, pero no parece que abunden los Macbeth en el mundo.
Estoy seguro de que a los gerifaltes nazis, los estalinistas, los pinochetistas
y a tantos otros de su calaña el lecho les proporcionaba y les proporciona un
delicioso sueño sin pesadillas aterradoras. Y se lo sigue proporcionando a los
etarras, por ejemplo, en los que no apreciamos unas tremendas ojeras cuando, en
sus jaulas acristaladas, comparecen ante el tribunal, y a tantos otros
criminales. Todo esto me lo hizo recordar el juicio de Anders Behring Breivik,
el noruego autor de 77 asesinatos a sangre fría, helada. ¿Por qué no los vemos
escritos en su cara, demacrándola? Ni rastro de ellos. Esto sólo lo puede
explicar aquel frío, aquel hielo ejecutor, que debe ser el material del que
están hechas sus almas. “El infierno es frío”, escribió Gonzalo Torrente Ballester.
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