“La compasión no compromete a nada; de ahí que sea tan frecuente. Nadie ha muerto en este mundo a causa del sufrimiento de los demás. En cuanto a quien pretendió morir por nosotros, no murió: lo mataron” (E. M. Cioran, En las cimas de la desesperación).
Si pretendes morir por lo demás, ¿has de suicidarte haciendo una huelga de hambre, por ejemplo? Porque, según Cioran, si te matan, ya no mueres en favor de nadie. ¿Cómo habría de morir entonces el que tal cosa pretende? Cioran confunde la forma con el propósito, que no fue otro que el que él dijo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45). A mayores, tenemos esto: “Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10, 17-18). Y para rematar: “¿Acaso no piensas que yo ahora podría orar a mi Padre, y que él me enviaría al instante más de doce legiones de ángeles?” (Mt 26, 53). Jesús, dueño de su vida, entregada a los demás, fue también dueño de su muerte, entregada, congruentemente, también a los demás. Ocurriese esta como ocurriese, de su sentido, amor pro nobis, era él el dueño. El hombre condenó, crucificó y mató a Jesús y nada más. El más estaba sólo en sus manos y en las de Dios, su padre: llegada la hora, sin defenderse, morir libremente en favor de los hombres.
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