martes, 22 de noviembre de 2011

Dónde tu aguijón


Entre los carismas que Dios reparte está el de despoderar a la muerte. Los que lo reciben acentúan con energía, hasta con entusiasmo, frente a la desolación de la muerte, y para que en ello pongan sus ojos los así desolados, la plenitud a la que da acceso, la felicidad y la alegría de los que, tras morir, vivirán en ellas. Esta reflexión me la inspira P., experta en hacerle ver a la muerte la victoria y el aguijón que tenía y ya no tiene, porque, atravesándola Jesús, donde antes había pared ahora hay puerta. Ante moribundos que agonizan y sufren, todos esperamos que la muerte les traiga el descanso, poniendo fin a su agonía. Lo que ya no todos esperan, tampoco muchos cristianos desorientados y dubitativos, es que también ponga principio, la nueva vida que P. proclama con vigor desusado. En relación a este asunto, creo que Dios le concedió un complemento especial. La estoy oyendo contarnos, con la expresividad y exactitud a las que nos tiene acostumbrados, como riñó cariñosamente a una madre que, un año después de la muerte de su hijo, lo seguía llorando como el primer día. “Pero muller, ¿non o choraches xa bastante? Él está no ceo co noso Pai, é feliz. ¿Non debería isto aliviarche un pouco?” P., como San Pablo, no quiere que “nadie ignore la suerte de los que duermen para que no se entristezcan como los que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4, 13).

2 comentarios:

Cristina Brackelmanns dijo...

Es que creer, verdaderamente, con el alma y el cuerpo, lo que creemos, no es tan fácil. El cuerpo siempre es un poco ateo y un poco egoísta, y llora cuando no tiene por qué, y se alegra cuando tampoco.

Jesús dijo...

El cuerpo a remolque, la carne débil, el corazón en tinieblas, y el espíritu tirando, tirando...