“Sólo lo hacen para mantener su buena conciencia” es una frase con la que se critica a veces ciertos actos de solidaridad o caridad con el prójimo. Con ella se diría que el sujeto que realiza tales acciones no tiene su corazón puesto en los destinatarios sino en su propia persona: no busca tanto hacer el bien a los otros como verse bueno a sí mismo.
Como en tantas otras cuestiones, ésta es también una cuestión de grados. Si, en efecto, nuestras presuntas acciones buenas ocultan en su trastienda un porcentaje muy grande, superior al 50% digámoslo así, para entendernos, de narcisismo espiritual, de autocomplacencia, de un “¡hay qué ver que bueno soy!”, de modo que la persona o personas beneficiadas por ellas sólo son la ocasión para que yo me sienta bien pero no el auténtico centro, entonces no estoy siendo bueno sino egoísta: practico una acción cuya forma es buena pero cuyo fondo no lo es. El hombre nunca puede ser medio para nada, tampoco para que otro hombre se sienta moralmente bien. El hombre es fin en sí mismo.
Ahora bien, también es cierto que no somos ángeles, sólo hombres, y nos es imposible hacer nada en el que no haya un cierto grado de autocomplacencia: al hombre no le es posible no buscar en todo lo que hace su propio placer, bienestar, o felicidad, tampoco cuando hace el bien a sus semejantes. Le es imposible practicar en toda su pureza el bien por el bien mismo. Tal es nuestra condición, la pasta de la que estamos hechos. Esto por un lado. Por el otro, el hombre necesita también saber que puede hacer el bien, que puede ser bueno, necesita, sí, aliviar su conciencia, sentirse y verse bueno, descargarse del mal que hace cargándose de bien. La cuestión es que lo haga correctamente, es decir y volviendo a utilizar el mismo lenguaje, que eso tenga lugar de modo que en sus acciones buenas más del 50% de su energía espiritual no acentúe tal aspecto sino el otro: el bien del semejante, del prójimo hermano. Que la búsqueda inevitable de uno mismo que hay en toda búsqueda vaya sabiendo transfigurarse en olvido de sí, única manera de que al fin se encuentre el hombre a sí mismo de modo pleno y verdadero.
Como en tantas otras cuestiones, ésta es también una cuestión de grados. Si, en efecto, nuestras presuntas acciones buenas ocultan en su trastienda un porcentaje muy grande, superior al 50% digámoslo así, para entendernos, de narcisismo espiritual, de autocomplacencia, de un “¡hay qué ver que bueno soy!”, de modo que la persona o personas beneficiadas por ellas sólo son la ocasión para que yo me sienta bien pero no el auténtico centro, entonces no estoy siendo bueno sino egoísta: practico una acción cuya forma es buena pero cuyo fondo no lo es. El hombre nunca puede ser medio para nada, tampoco para que otro hombre se sienta moralmente bien. El hombre es fin en sí mismo.
Ahora bien, también es cierto que no somos ángeles, sólo hombres, y nos es imposible hacer nada en el que no haya un cierto grado de autocomplacencia: al hombre no le es posible no buscar en todo lo que hace su propio placer, bienestar, o felicidad, tampoco cuando hace el bien a sus semejantes. Le es imposible practicar en toda su pureza el bien por el bien mismo. Tal es nuestra condición, la pasta de la que estamos hechos. Esto por un lado. Por el otro, el hombre necesita también saber que puede hacer el bien, que puede ser bueno, necesita, sí, aliviar su conciencia, sentirse y verse bueno, descargarse del mal que hace cargándose de bien. La cuestión es que lo haga correctamente, es decir y volviendo a utilizar el mismo lenguaje, que eso tenga lugar de modo que en sus acciones buenas más del 50% de su energía espiritual no acentúe tal aspecto sino el otro: el bien del semejante, del prójimo hermano. Que la búsqueda inevitable de uno mismo que hay en toda búsqueda vaya sabiendo transfigurarse en olvido de sí, única manera de que al fin se encuentre el hombre a sí mismo de modo pleno y verdadero.
7 comentarios:
Yo quise escribir algo sobre eso en esta entrada, pero es difícil.
Está bien pensado, Suso, lo de los % es muy sutil, pero aquí hay un problema grave: uno mismo no se conoce, uno mismo no sabe los motivos de sus actos, uno se engaña pensando que hace las cosas por altruismo y luego, con el paso del tiempo, comprende que lo hizo por aburrimiento o por miedo o por querer que le quieran.
Otras veces no, claro, muchas veces el altruismo o la caridad son sínceras. Pero es fácil engañarse.
Completamente de acuerdo contigo, Ángel, y el texto de Juan, impresionante, esclarece la cuestión desde el fondo. Muchas gracias
¿Pero no te parece, Fernando, que lo más seguro es que se mezcle un poco todo: aburrimiento, miedo y amor? ¿Había amor en el hijo pródigo cuando decidió volver a casa o simplemente necesidad de abrigo y de comida? ¿O las dos cosas? Dios decide en última instancia, claro.
Don Suso: Creo yo que ese programa que consiste en vencer el mal con abundancia de bien es un programa para luchar contra el mal que hay fuera de nosotros. La "buena acción de cada día" está muy bien para actuar contra el mal que está fuera. Pero la buena conciencia que resulta de esa lucha contra la injusticia que está fuera es una confortable buena conciencia. Yo amo el "confort" pero creo que no basta ese sillón de cuero y ese hogar de las obras buenas de cada día y -mucho menos- ese diván de psiquiatra que llaman coherencia con uno mismo. El asunto de la conciencia -buena o mala- nos remite a una Verdad que nos supera -en eso le doy toda la razón, no somos Dios- pero también nos mide.
Dios es nuestra definitiva medida, claro, pero también es el don definitivo, absoluto, pleno, el "comfort" inigualable para nuestra conciencia y para el mundo. A la postre, Javier (permíteme que te tutee y te ruego que hagas lo mismo conmigo), ¿no acaba siendo todo una cuestión de "comfort" en la Verdad, con conciencia tranquila y corazón pacificado, llenos de Espíritu? Lo que no hay que hacer es partir de lo angélico para comprender a lo que le es posible al hombre caído, pecador claro, pero también débil.
Cualquier réplica a su hermosa respuesta parecería empecinamiento por mi parte. Yo estoy encantando de que me tutee y asombrado de que me dedique su atención. Déjeme usar el "usted" que no hace daño, creo, cuando se usa con buena intención o, por lo menos, sin mala intención. Cuando lo uso con usted tengo buena conciencia.
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