Realmente es asombroso que Natanael creyese
en Jesús (“Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”)
simplemente porque éste le había dicho que lo había visto debajo de la higuera
(“¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees?”). Pero seguramente
Natanael no sólo se sintió visto por Jesús sino sobre todo mirado, más aún admirado
(“Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”), es decir, amado.
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