Enfrentar Rosetta, El niño o El niño de la bicicleta, de los hermanos
Dardenne, a casi cualquier película del director Aki Kaurismäki, es poner
frente a frente a, por un lado, personajes eléctricos, en perpetuo movimiento,
briosos, agitados, y, por el otro, personajes inexpresivos, pasmados, quietos. Tanto
los unos como los otros lo que hacen es buscar su lugar en el mundo: los
primeros lo hacen con nervio exasperante y los segundos con crispada quietud. Por
lo que se ve la urgencia de la vida, que moviliza, puede hacerlo de muy
distinta manera.
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