Si el hombre fue la obra maestra de Dios,
bien podríamos ver en los miles de millones de años que tuvieron que pasar
hasta que surgió la criatura humana lo que le “costó” a Dios hacerlo, todas las
“fuerzas” que tuvo que emplear, y el mimo también, pues no quiso que ninguna de
las fases previas a él dejase de aportar su granito de arena. Cuando, después
de su paciente e infinito moldeado, lo obtuvo por fin, cuál no sería su
sorpresa al verlo tan perfecto, tan complejo, tan parecido a él en cierto modo.
Sólo entonces, y muy merecidamente, descansó.
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