miércoles, 22 de octubre de 2014

Sabrina

-Hola, señor, por favor, ¿me compra un pollo?
Yo me retraigo, a la defensiva.
-Lo siento, ahora no tengo dinero.
-Está bien, señor, sé que no debo atosigar a la gente y que cualquier otro día me lo dará. Está bien así, señor.
Le debió venir a la cabeza la última vez que nos vimos: ella por la acera de enfrente llamándome “señor, por favor, señor”, y yo en la mía casi escapándome. La primera vez que la había visto, a la entrada del Eroski, me pidió si podía comprarle un champú para lavarles el pelo a sus hijas. “Lo tienen largo y bonito, ¿sabe?” Las llegué a conocer un día, cuando estaban las tres en el umbral de la Iglesia. En una segunda ocasión consiguió que le diera unos euros para comprarse un pollo.
-¿Cómo están tus hijas?
-Bien, ahora van al instituto. La mayor nos dio un buen susto un día debido a un corte en la garganta. Pero ya está bien.
Es extranjera, tal vez gitana, aunque me inclino a pensar que no.
-¿Cómo te llamas?
-Sabrina.
-Yo me llamo Suso.
-¿Y de dónde eres?
-De Bosnia-Herzegovina.
Está lloviendo y acerco el paraguas para cubrirla. Yo continúo con mi batería de preguntas:
-¿Dónde vivís?
-Tenemos alquilada una habitación. Pagamos 80 euros y también el agua.
-¿Tienes marido?
-Sí.
-¿Y tenéis trabajo?
-Lo tuvimos durante la vendimia. También nos dedicamos a limpiar escaparates y cristaleras pero estos días no es posible porque llueve.
Mi impericia narrativa hace que parezca una entrevista lo que fue una conversación, o eso creo. Habla muy bien el español, con un acento cerrado. Tuvo que casarse muy joven porque yo le calculo unos treinta, o menos incluso, y ya tiene una hija de doce años. Las gitanas se casan muy pronto y yo me vuelvo a preguntar si lo es aunque sigue pareciéndome que no. Sabrina tiene un rostro ovalado, de expresión dulce.
Nos despedimos. Sin duda nos volveremos a ver.

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