Oh boy, magnífica película del alemán
Jan Ole Gerster, cuenta el transcurso de un día en la vida de su protagonista,
un chico que ronda los veinte años de edad y que no sabe qué hacer con su
presente ni con su futuro; está desorientado, falto de referencias, anda medio
perdido. A lo largo de una jornada sumará finales desafortunados en los
encuentros que tiene con diferentes personas, empezando con el de su pareja,
con la que rompe nada más comenzar la película, siguiendo con el de su padre y
terminando con el de un anciano solitario y medio loco que lo aborda en un bar
a última hora de la noche. Uno de los aciertos de la película es que esta suma
de infortunios tenga su correlato metafórico en la imposibilidad de tomar un
café cada vez que lo intenta, bien porque le falta dinero, bien porque se ha
acabado el de una máquina automática, bien por otra serie de razones; con sus
disgustos, la vida “doméstica” refrenda los disgustos de su vida “existencial”.
¿Qué tipo de conclusión debemos extraer entonces de la imagen final de la
película, en la que nuestro protagonista, en la madrugada del día siguiente, se
toma por fin un café caliente y humeante en la cafetería en la que se
encuentra? Si cuando le fue mal le resultó imposible tomarse uno, ¿significa
que le va a ir bien ahora que ha sucedido lo contrario, es decir, que comienza
a aclararse el rompecabezas de su cabeza y de su corazón? Que cada cual decida.
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