Alfonso abrió la puerta y nos dejó pasar a mí y a un joven
vestido con una especie de sotana de color crema. A continuación había otra
puerta y este joven pasó y no hizo lo mismo. Alfonso lo llamó de inmediato con
voz potente:
-Oye, tú, ven, ve aquí.
El otro se da la vuelta sorprendido y parece no comprender lo
que pasa.
-Ven, acompáñame.
Alfonso lo lleva hasta la primera puerta.
-¿Recuerdas? Yo abrí esta puerta y pasasteis tú y mi amigo.
-¿Es usted sacerdote? -pregunta inesperadamente el religioso
como si sólo esta condición afease su conducta.
Alfonso continúa con su amonestación.
-Después tú no hiciste lo propio con nosotros. ¿Te parece
correcto?
-Disculpe señor, tiene usted razón, no ha sido cortés mi
comportamiento.
-Venga, hala, pasa.
Cuando el joven llega a la puerta de salida del edificio, la abre, y, con intención restitutiva, se pone a la espera de que nosotros pasemos primero pero Alfonso, ya complacido, le concede el paso a él. En un aparte y muy bajito, creo oír que me pregunta si Alfonso es sacerdote. Yo asiento con la cabeza. Parece que sigue pensando que su actitud no sería reprochable si Alfonso fuese un laico. ¡Menudo cabeza de chorlito!
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