Al sentir un ruido que ya conocía, le
comenté a mi madre: “Mamá, hay otro pájaro atrapado en la chimenea”. ¿Cómo es
que su instinto no les informa que entrar en ella significa no poder salir? A
algunos debe fallarles. Como la vez anterior, abrí el tiro de la chimenea; al
poco rato, como alma que lleva el diablo, salió disparado el pájaro de cara
hacia la ventana. Pegué un grito con el susto, porque, sin preaviso, surgió
repentinamente. La sensación de verse atrapado en un sitio angosto, casi
completamente oscuro -la luz que deja entrar la boca de la chimenea debe ser
pobrísima-, rodeado de hollín alquitranado, tiene que ser de lo más angustiosa.
¡Cuánta debió ser entonces su dicha al verse liberado! El pájaro que vuela a su aire ha sido evocado
infinidad de veces como símbolo de la libertad. Lo contrario, un pájaro que bate
desesperadamente sus alas intentando salir del lugar -¡y qué lugar en nuestro
caso!- en el que está atrapado, es imagen perfecta de la esclavitud.
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