Quien está suelto para el
gesto afectivo: un beso, un abrazo, una caricia, puede que también lo esté para
su pronunciación y por eso dirá, sin embarazo alguno, “te quiero”. Pero puede
ocurrir que se dé lo segundo sin lo primero, cosa que yo nunca hubiese
imaginado, tal como lo vi en la película Mud,
de Jeff Nichols. En ella, uno de los adolescentes protagonistas, Ellis, le dice
a su padre en una ocasión en que se despedían: “te quiero”. No hubiera estado
de más que el padre le hubiese acariciado la cabeza, o palmeado el hombro, o
que se diesen un abrazo incluso, pero parecía que para esto estaban menos
preparados. Pero el “te quiero” sonó tan verdadero, tan dulce, tan sólido, tan
entrañable, que casi lo puso todo.
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