Nunca lloraremos bastante la muerte de Jesús en la cruz, lo cual
significa al mismo tiempo que nunca serán suficientes las lágrimas por todos
los crucificados de la historia, por todos los pobres y desvalidos; incluso me
atrevo a decir que las lágrimas que derramemos por nosotros mismos no debieran
parar hasta que quedemos limpios de todos nuestros pecados mientras miramos “al
que traspasaron”.
Está claro que nuestro pecado sólo se nos hace visible a la luz de Dios, a medida que vaya siendo mayor nuestra cercanía a Él: mientras tanto nos parecerán pecadillos, sólo “faltas”, liviandades
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