miércoles, 19 de febrero de 2014

Un tiempo extraño

La tristeza puede ser una opción. Te dices: “voy a estar triste”, o mejor: “voy a dejar que la tristeza se apodere de mí”. ¿Es una opción inteligente? Así planteada la cuestión, es difícil decidirlo.

La tristeza tiene muchos colores, viste pieles muy diferentes. A veces uno está triste por pereza, por negligencia, porque la alegría necesita que se le haga un hueco y esto requiere un esfuerzo que uno no quiere hacer.

Las semanas pasadas fueron un tiempo extraño. El invierno furiosamente borrascoso, la falta de sol, las palabras que uno no pudo o no quiso escribir, la gripe rondándole a uno y al fin alcanzándole, aunque sólo suavemente, mamá doliéndose de sus molestias estomacales, de su falta de apetito, de su cansancio. Una analítica puso al descubierto unas transaminasas disparadas y ya está en curso la investigación médica. Mientras tanto, y a pesar de haberse vacunado, la gripe la golpeó con fuerza. Después se sumó la infección de orina y la diarrea. Ahora, curada ya de estos males, volvemos a donde estábamos, el malestar de estómago, las pocas ganas de comer, la fatiga. La voz se le ha debilitado un poco más y no son pocas las veces en que le digo “mamá, no te oigo”. Entonces me repite lo que había dicho con voz más alta.
Todo esto compuso un continuum extraño que me deprimió un poco. Alguien lo advirtió y me dijo: “¿Qué te pasa? Estás muy triste”. Saquémosle el “muy” y dejémoslo en triste.

Caminar me hace bien y no pude hacerlo durante semanas por culpa de las fastidiosas y aburridas lluvias, los fastidiosos y aburridos vientos, los fastidiosos y aburridos temporales, las fastidiosas y aburridas ciclogénesis. Mi forzada inmovilidad también ayudó a mi desánimo. “Quien mueve las piernas mueve el corazón”, decía aquel antiguo anuncio, y decía bien. Si, además, el ejercicio físico de caminar trae aparejado el ejercicio vital de ponerse en camino, mejor que mejor. La vida es siempre una combinación de movimiento y quietud.

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