sábado, 22 de febrero de 2014

Curiosity

Habría que darle un poquito de alma al robot de la NASA Curiosity, enviado a Marte, e imaginar su asombro, su soledad, su extrañeza, entrañarnos en él para saber qué sintió durante el trayecto que lo llevó desde la Tierra al planeta rojo, en el que vio cómo la primera se hacía cada vez más y más pequeña, más chiquita, un puntito azul que acabaría desapareciendo de su vista, mientras que el segundo aparecía muy lejos, lejísimos, un puntito rojo primero, y poco a poco cada vez más grande, enorme al fin antes de atravesar su atmósfera y aterrizar en él. Al tocar Marte tuvo que estremecerse, de alegría por haber llegado sano y salvo, y de ansiedad por verse en un planeta distinto. ¿En qué medida había cambiado durante el viaje, qué sentimientos nuevos había conocido, qué pensaba ahora de la Tierra, del espacio y del tiempo, de la soledad y de la compañía?
Preguntas para las que no tendremos nunca respuesta porque él ya no volverá, se quedará allí, morirá allí.

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