Parecía un cruce entre un león y Tina Turner. Del primero tenía
su melena; de la segunda ciertos aires escénicos, que en la mujer del aeropuerto
de Casablanca se volvían montunos y desmadrados. Llamarla un “fenómeno de la
naturaleza” no hubiera resultado del todo inexacto: excesiva, abundante, ceñida
por su ropa prieta, no paraba de moverse sobre sus tacones inmensos. Desde
algún sitio, un punto dulce mantenía sujeto tanto poderío.
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