Se llama
Benjamín y es de Extremadura. El acento oscurece mucho su voz, la cierra, y
hace que le salga como a empellones. De rostro afilado y muy moreno, ojos
pequeños y verdes y nariz puntiaguda, cuadraría a la perfección en la banda de
Curro Jiménez. Trabajaba en la construcción y, como tantos otros miles de
obreros en España, se fue al paro. Desde hace más de un año, cada mes o mes y
medio aproximadamente, recala en nuestra casa, toca el timbre y pide una ayuda.
Somos una de las estaciones de su “circuito”. Esto del “circuito” ya lo había
oído de labios de mi amigo Emilio, refiriéndose a los que vivían de hacer el
suyo en Castilla-León, y que incluía entre sus altos las delegaciones diocesanas
de Cáritas.
No sé cuál es
el de Benjamín ni cómo se desplaza de un sitio a otro. Hace unos días apareció
de nuevo por aquí. Le mostré mis dudas sobre si debíamos seguir ayudándole,
pensando que me las había ante un profesional de la petición. Fue entonces
cuando me contó lo de su trabajo en la construcción y el paro posterior, que
había otros que como él hacían lo mismo y también pasaban por Silleda, que sus
pies estaban deshechos y que por eso llevaba puestas unas zapatillas de cama.
Me preguntó si tenía una chaqueta, pues hacía un poco de fresco. La tenía, como
tuve en ocasiones anteriores una mochila y un saco de dormir. Ni que decir
tiene que uno da lo que le sobra y que la caridad es mínima.
¿Cuál sería su reacción si se le ofreciese un trabajo: agrado o sobresalto?
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