Este verano he cancelado tres pequeños viajes peninsulares. En
un caso anulé la reserva que tenía en un hotel, en otro los billetes de tren ya
comprados y en un tercero, a mi amigo E., donde le dije digo le dije después Diego.
El motivo fue el mismo en los tres casos: la poca o ninguna gana que tenía de
viajar, aunque se tratase de poco más que de salidas de fin de semana. Mis
vacaciones las quise enteramente para mí, con sedentarismo puro y remolón. Me
esperaba el teclado pero sobre todo el libro, el libro largo de la tarde larga en
perfecta introversión. El verano, por ser la estación del sol es también la estación
de la sombra, que me esperó, solícita, para demorarme en ella. Lo hice, a pie
de casa, bajo el kiwi, un año más.
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