Hombres enteros, sanadores, santos de alcance infinito. El sufrimiento lo bebieron entero y sacaron una dicha limpia. Curaron heridas, amortajaron a los muertos. El mal se encrespaba ante ellos y caía en pedazos. No eran rocas, el dolor los atravesaba pero no rendía su amor. Desde la humildad crecían como llama. A su lado el pecador se quemaba y volvía a ser bueno. Sus pies abrían caminos donde no los había y, levantándose, los hombres andaban de nuevo. Quien los conoció lo sabe: si morían, daban vida a raudales.
4 comentarios:
Caramba, Suso, impresiona. Un abrazo. Tener cerca a personas así, haberlas tenido, marca para siempre.
Nos quema para siempre.
Un abrazo, Máster.
Efectivamente, cuando mueren es cuando las personas buenas reciben la consideración de los demás. Siempre es así.
un saludo.
Gracias, José Antonio. Un saludo.
Publicar un comentario