El que se dice tímido se desmiente, o mejor,
se vence continuamente a sí mismo, como el conferenciante que confiesa serlo
cuando está ante el público, es decir, justo en el momento en que está
venciendo su timidez confesa, o el actor que también declara serlo aunque se
muestra magníficamente inconsecuente al dominarse a sí mismo cada noche en el
escenario. Se podrían aducir muchos más casos de “tímidos inconsecuentes”, como
Ernesto Sábato, que compareció cientos de veces en programas de televisión y
actos públicos. La vida demuestra que la timidez confesada es muchas veces una
timidez vencida. Además, va por parcelas: uno puede no atreverse a contar un
chiste pero no sufriría nada si en la actuación de un mago éste lo llamase a
subir al estrado para colaborar con él en un capítulo de su representación,
cosa que le pasó a un servidor. Sin embargo, ¡qué tímido me muestro cuando
estoy con mis hermanos y hermanas a la hora de hacer (es decir de no hacer)
chanzas y bromas, mientras envidio a mi hermano Pepe y a mi hermana Lucía que
lucen total desenvoltura! Ésta mi hermana la pequeña, en una ocasión en que
tuvo que inaugurar una obra, sin papel en mano y ante un público no escaso, lo
hizo de rechupete: dominó la situación porque en este ámbito no es tímida. El asunto es claro: por un lado se es
tímido para unas cosas y para otras no, y por el otro la timidez es un enemigo
al que se domina muchas veces.
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