La sonrisa que te puedan
producir algunas de las películas que viene rodando últimamente Woody Allen es
una sonrisa helada. Hay que ser muy obtuso para no darse cuenta de que, por más
que estén envueltas en música de jazz y atravesadas por una vena humorística,
son historias de personas desgraciadas. Por lo tanto no es que no sean ni de
lejos comedias, es que tampoco son tragicomedias sino tragedias a secas. La
esperanza brilla por su ausencia. La imagen de la pobre Jasmine (Cate
Blanchett, en Blue Jasmine, la última
película de Woody Allen), sentada en un banco, intentando unir los trozos de la
canción que sonaba cuando conoció a su marido, con los ojos llorosos e hinchados,
es el retrato vivo de un ser roto, y así termina la película, a ras de suelo,
donde habita una esperanza muerta.
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