lunes, 16 de junio de 2014

Apuros en Besançon

Emerge un recuerdo y me trae Besançon, ciudad del medioeste francés. Hace más de veinte años, de vuelta de Alemania camino a casa, estábamos en ella mi amigo Emilio, su hermana Mary, mi hermana María y yo. Paseábamos por la calle y mi hermana tenía necesidad urgente de ir al baño. No veíamos dónde hacerlo, ningún café, ninguna taberna, nada. Divisamos la señal de unos servicios públicos y respiramos aliviados. Pero al llegar, qué rabia, la mala suerte quiso que estuviesen pechados. Seguimos caminando, a paso muy vivo, mirando a derecha y a izquierda sin que apareciese ningún lugar que contuviese unos excusados. Al fin nos vimos al frente de un bar grande, medio oscuro, lleno de hombres. A María la frenó el temor. Todas las miradas, que nosotros imaginamos torvas, estaban puestas en nosotros, sobre todo en mi hermana: a buen seguro que era muy raro que entrasen turistas extranjeros en tal sitio y más raro que alguno de ellos fuese una mujer. “A saber cómo estarán los servicios”, musité. “Me da igual, no aguantó más”. Y allá que se fue, por en medio de los posibles violadores. Cuando entró en los servicios y dejé de verla pegué un respingo. Regresó sana y salva. “¿Qué?” “Respiré con la boca para no oler y me puse en cuclillas, ya sabes, era uno de ésos a ras de suelo”. Los dejamos con un palmo de narices, a los asesinos.

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