El proceso de la puesta en
circulación de una nueva palabra me fascina, el que va desde que alguien la
pronuncia por primera vez hasta que acaba siendo de dominio público,
principalmente porque nunca sabremos quién fue el que se la sacó un buen día de
la chistera. El “buenismo”, por ejemplo, de Rodríguez Zapatero, ¿a quién se le
ocurrió? ¿Y a quién el “subidón”? Sería una pesquisa fascinante seguirle el
rastro hacia atrás a un nuevo vocablo hasta llegar a su fuente primera, a su
primera boca. Y lo bueno es que el autor tampoco sabrá nunca que de sus labios
nació un bestsayer.
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