Una de las actrices entrevistadas en el documental Buscando a Debra Winger de Rosanna
Arquette es Jane Fonda. Esto es lo que dijo:
“En cada película hay una secuencia que es fundamental y que la película funcione o no depende de esa secuencia. Normalmente es una secuencia en la que se producen cambios emocionales muy complejos, y a menudo, si tienes la suerte de estar trabajando con un buen director, él o ella, lo querrá hacer en una sola toma (...) Una vez que has hecho el ensayo llega el momento de que coloquen las luces. Entonces te vas a tu caravana o a tu camerino, te sientas y esperas (...) ¿Y qué haces, te pones a leer un libro y te distancias de aquello en lo que estás, o te pones a pensar en tu personaje y te empiezas a estresar? Tienes que decidir en qué limbo emocional y psíquico has de mantenerte durante esa hora o esas tres horas. Luego llega el momento en que llaman a la puerta y dicen: estamos listos, señora Fonda (...) Hay mucha presión y llevas un guantelete que te oprime el corazón desde que sales del camerino hasta que llegas al plató, que ahora está iluminado por un aro de luces, pero no de luces normales sino que parece dominado por una actividad electromagnética. Es como el ojo de un huracán, y cada vez que hago ese camino sintiendo la presión del guante de acero en mi pecho tengo que decirme a mí misma “tranquila, mantén abiertas las puertas de tu creatividad, mantén la respiración, relájate, no te pongas nerviosa, por favor Dios mío ayúdame a hacerlo, no permitas que me derrumbe” (...) (Y es que) ha llegado el momento de jugártelo todo. No sabes si vas a poder hacerlo y todos lo hemos experimentado; uno se coloca en su posición y ya todo depende de ti y no logras darlo todo: simplemente no puedes. Pero una cosa que echo de manos (Jane Fonda se había retirado del cine hacía diez años) es cuando sí funciona (...) Quizás haya pasado por una situación como ésa en ocho ocasiones. Me sitúo bajo las luces en mi posición con todos mis sentidos entregados… y ocurre. Es como el despegue de un avión: primero buscas tu posición en la pista, luego despegas y te conviertes en…, es como interpretar una danza con los actores y las actrices, y con la cámara y las luces. Es una maravillosa fusión de acciones y sentimientos, como ponerte en tu posición, enamorar a la cámara, enamorar al otro actor; es un cúmulo de emociones y es mejor que hacer el amor, es lo más grande del mundo. También puede ser lo peor del mundo porque si no funciona te dan ganas de morirte, y como sabes lo terrible que puede ser sientes el terror de que ocurra, y esto es lo que hace que esta profesión sea tan grande para el alma pero tan dura para los nervios. Así que sencillamente decidí que iba a pensar en mis nervios, que iba a salir de ese aro de luces, y a encontrar mi propio aro de luces en otra parte”.
Me pregunto si ese despegar y volar como un avión, esa
sensación de estar interpretando “una danza con los actores y las actrices, y
con la cámara y las luces”, es “el milagro interpretativo de la
transfiguración” al que aludía el crítico Ángel Fernández-Santos cuando describía
algún trabajo actoral de máxima categoría. Si transfigurarse es ser y emitir
luz gracias a la altura a la que ha se ha alzado la propia figura -el avión que
despega y vuela-, sin duda que sí. ¿Y quién mejor que un intérprete puede
describir lo que se siente cuando tal milagro ocurre? “Es mejor que hacer el amor, es lo más grande del mundo”, dice Jane
Fonda.
¿Ante qué tipo de experiencia estamos para
que merezca tales calificaciones? La de la unidad
de uno mismo: “es una maravillosa fusión de acciones y sentimientos”; la de la salida
de uno mismo en búsqueda del otro: “enamorar a la cámara, enamorar al otro
actor”; la del encuentro armónico y
gozoso: “una danza con los actores y actrices”; la de la gracia venciendo la gravedad: “despegas
y te conviertes...” ¿En qué, en qué se convierte uno? No rompamos el encanto
respondiendo esta pregunta.
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