Te encuentras a veces con iconos de la miseria, cuyo golpe apenas puedes resistir. En Yaundé, la capital de Camerún, el día de nuestra llegada, cuando buscábamos desesperados un sitio para desayunar, nos cruzamos con una mujer que estaba sentada en el bordillo de una inexistente acera. Lo que la vestía, harapos muy blancos que a mí me parecieron de papel, le confería un aire de muñeca desastrada. Se aplicaba con diligencia a desparasitar su vello púbico. “Despreciada, desecho de los hombres, mujer de dolores, conocedora de todos los quebrantos”, recito yo ahora al recordarla, “ante quien se vuelve el rostro”. Sí, lo volví, impulsado por una mezcla de asco, impotencia y lástima. Más tarde, cuando volvíamos en dirección contraria por la misma calle, estaba en el otro lado de ésta hurgando en un contenedor. De pie, parecía una hada, pero rota, arrojada en un estercolero. Casi me parece una infamia sacar de ella provecho literario, y escribir aquí, esto.
2 comentarios:
Gracias por la infamia.
Gracias a ti.
Publicar un comentario