La catedral de Yaundé estaba completamente llena en la misa que había empezado a las doce del mediodía, el 14 de agosto pasado. Llegamos tarde, un poco antes de que se rezara el padrenuestro. En la capital, los allí presentes formaban parte sin duda de la clase media camerunesa. Nos sentamos en la banda derecha, hacia el final de la nave. A mi izquierda, un niño de unos diez años dormitaba, apoyados la cabeza y los brazos en el respaldo del banco delantero. En el mismo banco y al lado del pasillo, un padre, sentado, sostenía a su bebé también dormilón. La media de edad de la comunidad congregada en la catedral rondaría los 35 años. El espíritu joven, sí, es lo que importa, pero ¡qué bien hace ver la carne también joven saturando una iglesia! Dos bancos por delante había un chico con el pantalón vaquero medio bajado, dejando a la vista parte del calzoncillo. Llegada la hora de la comunión, junto con su novia, hermana o lo que fuese, se dirigió a la fila de los que se acercaban a recibirla. Volvieron y se arrodillaron.
Pienso en los de aquí, en los que, dos bancos por delante de mí, no están presentes con sus vaqueros caídos y sus calzoncillos a la vista, arrodillados.
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