-Ímosche traer unha tele. Así distraeraste e poderás ver á misa os domingos-, le decimos mi madre y yo a Consuelo, su prima, encamada en una residencia de ancianos desde hace algún tiempo.
-Deixa, Pilariña, a min Deus non me quere. ¡É tanto o que levo padecido!
-Pero qué dis, Consueliño, Deus está cos que sufren, cos enfermos, cos pobres-, la amonesta cariñosamente mi madre.
El rostro de Consuelo refleja el desánimo oscuro en el que anda sumergido su espíritu.
-Estás anoxada con Deus-, le digo.
-Estou, sí. ¿Con quén se non?
El santo Job nos ampara en tales momentos: él abrió la veda para la queja ante Dios, cuya amorosísima abbaidad es la que permite, y hasta espolea, nuestros sufrientes y amargos reproches, porque tras ellos, en el fondo, se oculta un “yo te bendigo, Padre”.
4 comentarios:
"¿Con quién si no?", más fe no cabe.
Uno de los grandes lujos de la fe es tener un Dios con (y ante) el que poder enfadarse.
"...y hasta espolea". Sí, en el momento en que empezamos a hablarle nos tiene cogidos.
Conocí un capellán de hospital que se enfadaba cuando los familiares más prudentes impedían a los enfermos quejarse y blasfemar y hacerle reproches a Dios. Les decía que eso, más que ninguna otra cosa, era rezar. Que cada reproche es un Salmo, y que eso es lo que quizá llevase Dios esperando toda la vida del enfermo, a que le mirase, a que le hablase.
Llevaba mucho visto, decía que era una oración eficacísima. Seguro que a Consuelo le alivió que comprendieras.
Intuyo que sí, Cristina, que se sintió comprendida porque, efectivamente, la comprendí. Si la alivió, me daría una enorme alegría.
Yo siempre tuve para mí que detrás de un determinado tipo de blasfemia -no de cualquier blasfemia- no deja de haber una oración. Muy sabio ese capellán.
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