Corría el mes de mayo de 2006 e iba camino de Toro a pasar unos días con un amigo. Las lindes de la carretera estaban llenas de amapolas, al igual que los alrededores de la villa zamorana. Me llevaron a las de mi infancia, cuando poblaban la huerta de mi casa y demás lugares del entorno inmediato y no inmediato, campo a través por el resto de Galicia. Pasaron los años y fueron desapareciendo hasta que lo hicieron del todo. De esta ausencia mi mente me llevó a otras, la de las mariposas, los ciervos volantes, los murciélagos, las golondrinas, las luciérnagas. “¿Qué se hicieron?”, me preguntaba por entonces con el verso manriqueño. Unas y otras razones las fueron expulsando de nuestro hábitat. Este año hicieron acto de aparición dos o tres amapolas; grande fue mi sorpresa. ¿Tendré ahora que ponerme becqueriano y cantar: “Volverán las rojas amapolas…? Ojalá, y también las mariposas, los ciervos volantes, los murciélagos, las golondrinas, las luciérnagas…
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