La última pregunta, tras la puesta al día del estado de mi salud, la espero siempre con temor. “¿Y cómo andamos de ejercicio físico?” “Pues andar, lo que se dice andar, no andamos, doctor”. Y una vez más sale de su boca la amonestación recordatoria de los efectos saludables que tendría sobre mí al impedir el anquilosamiento de los músculos, dando más fuerza a la función sanadora de los fármacos y ayudando así a reducir el cortisol a sus parámetros normales, etc., etc., etc. Yo salgo después de la consulta seguro una vez más de que no voy a seguir su recomendación, dado el aburrimiento que me produce andar, y más si se trata de hacerlo una hora cada día. ¡Qué horror! En la última consulta sin embargo, encontrándome yo muy eufórico, llegado el momento del “¿y cómo andamos…?”, le pregunté: “¿cuál sería el mínimo suficiente?” “Una hora cuatro días a la semana”. “Bien”, me dije con alivio. Seis horas en seis días se me habían presentado siempre como una cuesta imposible de subir, pero cuatro, cuatro sí que podría, martes, jueves, sábado y domingo, reduciendo el tramo de la siesta.
Esto ocurrió a principios de mayo y de momento estoy ganando la batalla, gracias a una bendita idea que me permitió sacarle partido a la hora andadora y vencer así el aburrimiento: descargar cuentos, pasarlos a mi mp3 y, con el pinganillo en la oreja, pies para que os quiero. Con la compañía de Chéjov primero, y con la de Maupassant últimamente, se mueven mis piernas muy felizmente gracias a la deliciosa voz de Alba (www.albalearning.com), que me lee con primor los cuentos. Horas andantes chejovianas, horas andantes maupassantianas, horas andantes contadoras, las que me esperan. “¿Y cómo?”, me preguntará don Francisco. Y le contaré un cuento.
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