El cristianismo de El manantial de la doncella (1959), de Bergman, es solvente e irreprochable. La secuencia felicidad - desgracia - pecado - petición de perdón - redención sigue una línea limpia. Un matrimonio de la época medieval con una hija plena de pureza y alegría; la violación y asesinato de la joven doncella; la venganza del padre que mata a los violadores y asesinos, tres hermanos, uno de los cuales es un niño que sólo ha visto la escena; el padre, una vez encontrado el cuerpo de su hija, desesperado, acusa primero a Dios por haberlo permitido y le ruega después que le perdone porque no podrá vivir con las manos manchadas de sangre, manos que él ofrece para construir una iglesia en el lugar donde yace su hija muerta; los padres, al levantar el cadáver, ven asombrados, y con ellos el cortejo de sirvientes que los acompañan, como brota un manantial; la madre, con el cuenco de la mano coge un poco de su agua y limpia la cara de su hija; su rostro, y el de su marido, trasluce paz y consuelo.
No hay nada perturbador, ni tortuoso, ni patológico, como corresponde a una doncella, a un manantial, al cristianismo de esta extraordinaria película de Ingmar Bergman.
No hay nada perturbador, ni tortuoso, ni patológico, como corresponde a una doncella, a un manantial, al cristianismo de esta extraordinaria película de Ingmar Bergman.
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