viernes, 24 de abril de 2015

Fiebre de un día

Creer en Dios es no dejar que esté solo.

Con los tristes estar triste, sí, hasta que la alegría sea lo único que pueda salvarlos.

Justamente ahora, right now, lo único que importa es escuchar la tormenta.

¿Y si ahora, en vez de vivir delante del blog, lo que tenga que hacer es vivir a su lado, ambos con la mirada puesta en el frente?

¿Saber más? ¿Y para qué?

Escapar de la utilidad.

Impostura, un poco, y algo de pose también.

No quiero saber nada más. Decirlo cada mañana.

¿Ha aumentado mi fortaleza psíquica? ¿Me afectan menos las cosas, acaso porque hay más alegría dentro de mí? ¿He perdido agilidad mental y he ganado a cambio mayor profundidad? ¿Y esa memoria menor que insisto en tener? ¿Hay algo a cambio en este caso?

Volver al regazo, a la oración, al cojín que la cabeza recoge.

Aquí, ahora, como en Candelas en el aire, suben chispas, flotan, se pierden. Algo queda, sin embargo.

Dime, Dios mío, lo que tengo que hacer, aléjame de la mentira, de la vanidad, de la sofisticación.

Estoy solo, quiero estar solo, pero que no me dejen solo.

Lo intento con un libro, no soy capaz, con otro, no soy capaz, con un tercero, no soy capaz, con un cuarto, no soy capaz...

El blog, esa maravilla diaria.

Me creo, sí, las alabanzas. ¿Por qué no habría de creérmelas?

No me interesan las estadísticas, no quiero saber de estadísticas. ¿Qué más da?

El lector merece un respeto absoluto.

Desde el despojo, se nace.

Me humilla el que sabe, el que sabe quizá demasiado.

La contradicción no buscada es un derecho del hombre.

Sinceridad, autenticidad, no pasarán nunca de moda estas palabras.

Cuando se tiene fiebre se dicen tonterías.


Si no puedo saberlo todo prefiero no saber nada.

No existe la libertad absoluta pero la libertad, absolutamente, existe.

Cuando decimos que Dios quiere el bien de nuestra alma decimos que quiere la alegría de nuestra alma.

Cuanta más alegría tenemos más bien hacemos. Solo si es compasiva es.

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