Ha pasado su hora y lo aceptan. Sueltan lo que sus manos ya no pueden agarrar. Diríase que sobrevuelan la escena, como águilas viejas, merma-dos para muchas cosas pero no para la vigilia. Su atención no decrece, sino que se amplía en un sentido y en otro se afila. La acción ya no les corresponde pero sí la auscultación y el consejo. Son los porteadores del último fuego.
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