Aparecen viejos por todas partes. Cada vez son más, cientos, miles… Te palpas la cara, asustado, para comprobar si ya eres uno de ellos. No, todavía no. Respiras aliviado. Las arrugas de algunos son tremendas hendiduras. En otros son más leves. Un impulso irresistible te acerca al más viejo. Le tocas la cara. “¿Sabré vivir así, con esto?” Del fondo de sus ojos sube una antigua, antiquísima respuesta. El anciano levanta las manos y las coloca en tu rostro. Sí, ahora sabes.
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