Durante casi toda su vida no había hecho uso del sacramento de la reconciliación. Entendía que solo la comisión de un pecado grave debería llevarlo a él. Había bastado el “Yo confieso” y su propia oración para tener presente en su vida la dimensión penitencial. Creyó no necesitar la explícita confesión de sus pecados, si es que en verdad eran leves y solo leves, ante un sacerdote y su posterior absolución. Hubo un año en que su madre le pidió que la llevase a la catedral de Santiago para confesarse. Era Semana Santa. Él, como siempre, no abrigaba ninguna intención de mudar su costumbre. Pero una vez dentro, los confesionarios, que siempre lo habían repelido, le atrajeron. Se acercó a uno y se arrodilló ante el sacerdote. Algo dentro de él había cedido al empuje de una mano misteriosa.
4 comentarios:
Y cómo suena tras la absolución eso de ... "la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la bienaventurada Virgen María y de todos los santos, el bien que hagas y el mal que puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna", impresiona siempre.
Feliz Pascua, Suso, un abrazo muy fuerte y alegre, como el día de hoy. Olimpia te echa de menos.
Feliz Pascua, Máster. Para Olimpia, un montón de mimos.
Un abrazo fuerte y alegre.
Una gran entrada de Pascua de Resurrección. Gracias.
Gracias a ti, Enrique.
Publicar un comentario